sábado, 24 de diciembre de 2011

Lo llaman democracia y... ¿qué es?

Tras haber leído sobre sus ideas en diversos lugares, decido seguir el rastro de Ranciere, en concreto a partir de su libro "El odio a la democracia". Y a pesar de lo arduo que resulta en algunos pasajes, resulta bien interesante su propuesta por delimitar qué es realmente la democracia y porque resulta tan molesta en estos tiempos (tanto que ya se habla publicamente de la necesidad de sustituirla por la tecnocracia en algunas ocasiones).

Lo hace partiendo de la reconocida cuna de la democracia, la Grecia Antigua, donde, para mí sorpresa, la garantía para asegurar el gobierno del pueblo era, ni más ni menos, que la elección por sorteo de la mayor parte de los cargos. ¿Por qué esta manera que nos suena tan extraña desde nuestra realidad actual? Precisamente para evitar lo que ocurre ahora: las conspiraciones por el poder, la oligarquía de la representación. Ahí van algunos fragmentos del libro que lo explican:

"Democracia quiere decir, en primer lugar, esto: un «gobierno» anárquico, fundado nada más que sobre la ausencia de todo título para gobernar. Pero hay varias maneras de tratar esta paradoja.  Se puede excluir simplemente el título democrático puesto que es la contradicción de todo título para gobernar. Se puede
también rechazar que el azar sea el principio democrático, separar democracia y tirar a la suerte. Así hacen nuestros modernos, expertos, hemos visto, en jugar alternativamente la diferencia o la similitud de los tiempos. (...)  Nosotros hemos encontrado para la democracia principios y medios más apropiados: la representación del pueblo soberano por sus elegidos, la simbiosis entre la elite de los elegidos del pueblo y la elite de los  que nuestras escuelas han formado en el conocimiento del funcionamiento de las sociedades. 

(...)

El tirar a la suerte era el remedio a un mal a la vez mucho más grave y mucho más probable que el gobierno de los incompetentes: el gobierno de una cierta  competencia, el de hombres hábiles para tomar el poder por la intriga. El tirar a la suerte constituyó desde entonces el objeto de un formidable trabajo de olvido. Oponemos muy naturalmente la justicia de la representación y la competencia de los gobernantes a lo arbitrario y a los riesgos mortales de la incompetencia. Pero el tirar a la suerte jamás ha favorecido más a los incompetentes que a los competentes. Si se ha tornado impensable para nosotros, es porque estamos habituados a considerar  como natural una idea que no lo era ciertamente para Platón y que no era más natural para los constituyentes franceses o americanos de hace dos siglos: que el primer título para seleccionar a los que son dignos de ocupar el poder es el hecho de desear ejercerlo.

(...)

El buen gobierno es el gobierno de los que no desean gobernar. Si hay una categoría a excluir de la lista de los que están aptos para gobernar es, en todo caso, la de  los que conspiran para obtener el poder.

(...)
Platón sabe perfectamente lo que Aristóteles enunciará en la Política: aquellos a que se llama los «mejores»  en las ciudades son simplemente los más ricos. La política, de hecho, comienza ahí donde se denuncia el nacimiento, donde la potencia de los bien nacidos que se reclamaban de un dios fundador de la tribu es denunciada por lo que es: la potencia de los propietarios.

(...)

Hay un orden natural de las cosas según el cual los hombres agrupados son gobernados por los que poseen los títulos para gobernar. La historia ha conocido dos grandes títulos para gobernar a los hombres: uno que sostiene la filiación humana  o divina, esto es, la superioridad en el nacimiento; la otra que sostiene la organización de las actividades productivas y reproductivas de la sociedad, esto es, el poder de la riqueza. Las sociedades son habitualmente gobernadas por una combinación de estas dos potencias, a las cuales, en proporciones diversas, refuerzan la fuerza  y la ciencia. 

(...)

La democracia no es ni un tipo de constitución ni una forma de sociedad. El poder del pueblo no es el de la población reunida, de su mayoría o de las clases trabajadoras. Es simplemente el poder propio a los que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados."

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