miércoles, 15 de febrero de 2012

Bajo la superficie

Ando leyendo ahora el último libro de Isaac Rosa, "La mano invisible", que, para quienes no hemos conocido de cerca la realidad de tantos y tantos trabajos que mantienen nuestro modo de vida a flote sin que apenas reparemos en ellos, resulta una lectura imprescindible (además de muy amena, aunque resulte extraño cuando se trata de un relato basado en tareas mecánicas y repetitivas). Ayuda a arrojar luz sobre la realidad del mundo laboral y sobre la estratificación que éste afianza en nuestra sociedad.

Así que cuando he leído el artículo "Exotismo ‘low cost’: cruceros y tripulantes", aparecido en Diagonal, la novela ha tomado cuerpo en esas ciudades flotantes que tan bien reflejan las contradicciones, explotaciones e injusticias de nuestra sociedad de consumo. Así que por acá lo dejo copiado:

Exotismo ‘low cost’: cruceros y tripulantes



Las vacaciones en crucero son un fenómeno de masas. Detrás de las grandes ciudades flotantes hay una realidad laboral precaria.


Valentina Longo y Devi Sacchetto / Sociólogos



Es llamativa la atención dirigida a los pasajeros del Costa Concordia, tras su naufragio cerca de la isla del Giglio (Italia) el 13 de enero, por parte de la prensa si se compara con las noticias sobre la suerte que corrió la tripulación del buque. Muchas de las críticas de los medios a la tripulación a menudo no podían ocultar un racismo sutil.
En los cruceros se pone en escena una representación exótica y postcolonial en la que a cada persona le corresponde un rol en función de su nacionalidad, color de la piel, género y edad. El crucero es una forma de espectáculo dedicado a la que quiere hacerse pasar por la clase media internacional. Esta performance requiere una meticulosa división del trabajo basada en refinadas formas de discriminación y estereotipización, en muchos aspectos más extremas de las que existen en tierra firme.

La sonrisa es una exigencia fundamental en el trabajo del personal que se relaciona con los turistas


A lo largo del 2010, alrededor de 300.000 tripulantes, de los cuales el 20% son mujeres, han cuidado de más de cinco millones de turistas embarcados en puertos europeos. La gran mayoría (80-85%) de la tripulación trabaja en el sector hostelero y de tiempo libre, cuidando a los pasajeros 24 horas diarias. Sólo el 15-20% de los empleos están relacionados con la conducción del barco. Aunque la tripulación tendría que embarcarse con licencia de navegación, los que trabajan en el sector hostelero a menudo no la tienen, especialmente si se trata de los primeros contratos.

Los horarios de trabajo rondan las 10-12 horas diarias, a menudo sin ningún día de descanso, con un abanico de salarios que va desde los 50 a varios millares de dólares mensuales. Una parte del personal vive de las propinas, o sea, de la capacidad de desarrollar sus tareas con competencia y reverencia, dependiendo mucho de la benevolencia de los pasajeros. Los contratos temporales, que oscilan entre los tres y los ocho meses, son diferenciados: una persona puede ser contratada directamente por la compañía de navegación, o por una agencia de empleo internacional que actúa de filtro para hallar la mano de obra más adecuada para cada una de las condiciones laborales de a bordo.

Por otro lado, para la compañías es necesario disponer de un conjunto de personal disponible: los horarios extenuantes, la disciplina rígida y los bajos salarios hacen difícil que haya una plantilla estable, especialmente entre el personal hostelero.

La nacionalidad de los tripulantes es frecuentemente “occidental”, o sea, blancos (italianos, de la Europa del Este, a veces ingleses), y quizás algún filipino. En cambio, en el sector hostelero y reproductivo hay más variedad: asiáticos y latinos, junto a europeos y un puñado de africanos. Generalmente, a medida que las diferentes tareas realizadas a bordo se hacen visibles, se asiste a un blanqueamiento de la plantilla, aunque perduren algunas excepciones que refuerzan los mecanismos de reproducción de la inferioridad.

Debajo de la línea de flotación, se encuentran frecuentemente: en las lavanderías, chinos; en las cocinas, hindúes; mientras que unos pisos más arriba, malgaches e indonesios limpian los camarotes; y europeos del Este sirven copas en bares y cafeterías. La seguridad es israelí o india, los animadores, así como los oficiales de puente y cubierta, son italianos, y los marineros rumanos. Con el mejor espíritu colonialista, no faltan animadoras y animadores brasileños, que involucran a los turistas en danzas supuestamente desenfrenadas. 
Las tareas que acarrean un contacto directo con los turistas requieren habilidades lingüísticas que normalmente no se requiere para el personal que realiza tareas segregadas.

Cuando se termina el confeti

Más allá de las habilidades para los idiomas, se requieren las relacionales: los pasajeros están de vacaciones, quieren divertirse o relajarse y el personal de a bordo es pagado (o tendría que serlo) para mostrar continuamente una sonrisa protocolaria. Son sobre todo mujeres, empleadas casi siempre en posiciones que prevén un contacto directo con los turistas, quienes sostienen la sonrisa perpetua y se desvelan por el bienestar emocional de los pasajeros, mercantilizando las herramientas que las mujeres han desarrollado históricamente en el marco del trabajo reproductivo. El reverso de la moneda es el síndrome de la sonrisa permanente, el cansancio muscular y emocional que conlleva esta actitud.

 

Los horarios de trabajo en los cruceros rondan las 10 o 12 horas diarias, a menudo, sin ningún día de descanso


Después del impacto del Costa Concordia, probablemente la eterna sonrisa en la cara de hombres y mujeres de la empresa se ha apagado. Y los pasajeros, acostumbrados a la deferencia, se han asustado. El naufragio, un verdadero apagón, quiebra cualquier representación, y los pasajeros pierden la seguridad dada por el hecho de ser constantemente mimados, reverenciados y servidos. Hay que señalar que personal y pasajeros se encuentran solamente cuando los primeros están en servicio y si sus tareas lo prevén; los que trabajan en las lavanderías, por ejemplo, nunca entran en contacto con los clientes.

Sus días transcurren en los lugares de trabajo, a menudo debajo de la línea de flotación. Durante el tiempo de descanso, en efecto, los tripulantes están confinados en una parte del buque destinada para ellos, dentro de los angostos espacios de sus camarotes o en el bar de la tripulación, parte oculta a la mirada de los turistas, tanto que una pregunta frecuente de los pasajeros es: “Y ustedes, ¿dónde duermen?”. El vientre del barco, lugar destinado al trabajo y a la fuerza de trabajo, no refleja el lujo –o más bien, supuesto lujo– de la parte reservada a los pasajeros: moqueta, luces cálidas, madera son sustituidas con acero, luces de neón, plástico.

El siniestro del Costa Concordia ha sido una ocasión perdida. Hubiera sido interesante que la atención mediática se centrara no sólo en lo anecdótico, sino más bien en lo estructural: una vez más, el protagonismo de los pasajeros ha ocultado la vida y la tragedia de la tripulación, los habitantes estables de los barcos y los que viven detrás del glamour que buscan los turistas.

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