lunes, 9 de julio de 2012

Charlando

Un texto para saborear y reflexionar sobre lo que viene ocurriendo en nuestras calles y plazas desde hace más de un año. Tomado de Diagonal:

¿Quién necesita un balance?


TEXTO ELABORADO POR MANU Y ANTONIO / Gente corriente


Manu envió por correo electrónico unas notas –aquí en cursiva– a Antonio, comentándole su dificultad para escribir sobre “los retos de los movimientos desde abajo, de la calle” y pidiéndole que expusiera y organizase algunas de las reflexiones que entre amigos venía haciendo desde el 15 de mayo del año pasado. De ahí surge este apresurado diálogo-glosa:

Antonio, me encuentro muy confuso en toda esta movida.

¿Y quién no, Manu? Esto apareció como reacción –inesperada y desconcertante–, como respuesta a una acción programática que no contaba con nosotros más que como objetos pasivos o como mucho como sujetos de una protesta ritualizada y vacía, pero con lo que viene sucediéndose desde hace un año se va convirtiendo en acción primigenia. Haciéndose ya imposible, por el desarrollo de las imposiciones –los que mandan “lo querían todo y lo quieren ya”–, la vuelta al punto de partida –“y que nos dejen como estábamos”, era lo que muchos pensaban o pensábamos hace un año–; nuestras acciones, porque hemos de hablar en plural, están abriendo posibilidades inauditas de creación de nuevas realidades desde lo concreto. Hace un año todo parecía imposible: ahora todo es posible, no todo parece posible, no, todo es posible. Lo que estaba sujeto a programa se ha tornado imprevisible, confuso, ciertamente. Pero es que hemos de confundir para enturbiar lo que estaba claro para los que mandan –“lo que es necesario hacer” en este momento– y recomponer lo que andaba separado –los países, las ocupaciones laborales, los continentes, los individuos aislados…–. Los que nos exigen respuestas –responsabilidad– se encuentran con preguntas que los cuestionan enteramente.

Por un lado, no dejo de ver síntomas de que, por fin, puede estar ocurriendo algo de aquello por lo que llevo más de 40 años luchando y soñando.

No estoy seguro de que esté ocurriendo aquello que habías imaginado. Tampoco de que eso haya sido siempre lo mismo. Simplemente “puede estar ocurriendo algo”. Y ya es bastante. Dejémonos de utopías: anclemos nuestras luchas y nuestros sueños en lo más inmediato, en lo cotidiano, en ‘cosas’ concretas, en interminables haceres y no en totalidades hechas de una vez por todas. 

Que toda esta mierda se va a la mierda y que puede rehacerse otro pastel con otros ingredientes y cocinado entre todos, un todos que no son las famosas masas sino otros sujetos colectivos/singulares –el maya tojolabal tiene un pronombre específico para ese sujeto, una especie de yo/nosotros–.

Sí, estábamos –y todavía estamos– comiendo mierda, viviendo en la mierda –unos más arriba y otros más abajo–, trabajando en la mierda, y nos creíamos en el paraíso. Habíamos perdido el sentido del olfato entre tantos perfumes que se nos ofrecían. Y de pronto toda la mierda se nos hace visible y, lo que es peor, esto es, mejor, notamos su olor, y nos ha impregnado a todos. Posiblemente nuestras acciones –aunque no sepamos a ciencia cierta quiénes somos ni qué hacemos exactamente– estén ayudando a fluidificar esa mierda, para que podamos limpiarla con más facilidad. Aunque hemos de tener cuidado con la limpieza…

Ahora no queremos ya que nos den una porción de pastel, ni mejor ni mayor. Nos gusta cocinar, y preferimos hacer el pastel entre todos, pero entre todos todos. Y aunque no sea tarea fácil, en ella estamos.

Pero, por otro lado, me sorprendo a mí mismo respirando aliviado, ante la tele, si oigo que baja la prima de riesgo, o buscando ansioso una mierda de trabajo-basura que pudiera evitar que mi hijo se tenga que ir a buscar la vida a Alemania. La sonrisa que me asoma al constatar que esta civilización se desmorona y que emerge otra bien atractiva –como vengo “profetizando”/provocando desde hace ya tanto tiempo– se me congela en la boca al caer, de repente, en que esa civilización es la mía, que ella soy también yo y que es ese yo el que, con ella, se hace migas.

Así estamos todos: estamos aquí y allí al mismo tiempo. Entre lo impuesto, con sus identidades, y lo que intentamos crear. Atravesados de contradicciones. No podemos perder nuestra singularidad personal ante una nueva avalancha normativizadora –colectivista, ecologista, feminista…–, porque con ella perderemos la posibilidad de emergencia de algo nuevo, de unas relaciones más “humanas”. Hemos descubierto el respeto: no caben imposiciones desde abajo. “Luchamos” para que la prima de riesgo y los trabajos- basura, entre tantas otras cosas, sean sólo, por la aberración que suponen, unos temas difíciles de recordar, convertidos en algo completamente inverosímil. ¿Pero cabe en esta cultura, en esta civilización, en este mundo en el que nos movemos, la posibilidad de un cambio, como el que pretendemos, que no genere traumas personales? En eso estamos y esto sí que será difícil, porque no creo que dependa de nosotros, esos sujetos inciertos y diversos, quizá también ocasionales, que nos constituimos alrededor del lema ‘otro mundo es posible’ –y otras realidades son factibles–.

Ese cortocircuito es el que me ha bloqueado para escribir sobre esto. Espero que no me paralice demasiado tiempo.

Ese cortocircuito, Manu, es algo común. Yo al menos, que nunca milité en nada, que siempre fui muy crítico hacia todo tipo de militantismo activista –y lo sigo siendo–, y que ahora estoy desde una de esas asambleas que proliferaron en las plazas de barrios y pueblos de toda España procurando con mis escasos recursos oratorios que ninguna organización ni ningún sujeto ya constituido pueda acabar desactivando el entusiasmo generalizado que hace un año nos embargó por sorpresa, salí a la plaza –en Aranjuez, donde vivo– y me involucré en actividades comunes y colectivas para “recuperar” –esto sólo es posible junto a otros– ese mínimo control que manteníamos sobre nuestra vida personal y privada y que se nos pretendía –y se nos pretende– arrebatar. No salí a “luchar” para perder mi vida personal –privada– en la lucha sino para “enriquecerla” con ella. Si perdemos lo personal, perdemos todo.

Este escrito posiblemente incremente nuestra confusión, porque me parece que, en ocasiones, tú eres otro y yo soy tú, y no somos nadie. No creemos que haga falta saber a quién diablos pertenecen estas palabras. Pero de lo que estamos ciertamente seguros es de que el 15M no es de nadie. Y escribimos contra el “deber” de “hacer balance”, que nos introduce ya en una caja contable. Dejemos de hacer balances imposibles –y de paso rituales identitarios, que huelen a funerarios– y sigamos o detengámonos, o volvamos a reunirnos o lo que buena o malamente queramos, respetando nuestras singularidades –‘fuera de’ la medida de lo posible–. No necesitamos saber quiénes somos ni cuántos –ya que somos diversos y estamos abiertos– para hacer cosas juntos.

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