sábado, 22 de septiembre de 2012

Datos frente a fantasías

Hoy el ministro de educación ha vuelto a desparramar las fantasías con las que torpemente pretende ocultar desde dónde se están realizando las actuales reformas del sistema educativo. Sus temáticas son variadas, pero tienen en común que se construyen a la mayor distancia posible de la realidad, y bien cerca de sus presupuestos ideológicos. Como muestra de esto, merece la pena revisar uno de los grandes totems del liberalismo en materia educativa, el de la libertad de elección, en base a la evidencia disponible, a través del artículo Igualdad y libertad de elección de centro docente: una cuestión polémica para un acuerdo necesario de Juan Manuel Fernández Soria (resumen extraído del blog La pella del gofio)

"El hecho de que la libre elección parte de supuestos equivocados es algo que se considera ya bastante demostrado. Lo es en el caso de la previsión del comportamiento de las familias en el mercado educativo, cuyos mecanismos, como en todo mercado, no son puros.Se da por sentado que el consumidor sabe elegir,cuando es un hecho que no todos tienen la misma formación,ni la información,las estrategias o las oportunidades para hacerlo, como han demostrado, entre otros,Gewirtz, Ball y Bowe (1995, p. 22) al detectar en su estudio sobre Inglaterra distintos tipos de padres electores (privilegiados, semicualificados y descontentos),cuyo conocimiento de las ventajas de la elección y sus mecanismos guarda relación con su posición socio-cultural. Es más, hay dudas fundadas acerca de si los padres eligen basándose en criterios de eficacia escolar y de si eso les convierte en choosers, electores activos y movibles en el mercado (Duru-Bellat, 2004, p. 45). Pero, además, tampoco se ha demostrado la relación entre calidad y libertad de elección,entre autonomía y eficacia. El examen de la literatura sobre la elección escolar concluye que la suposición de que la elección de centro mejora automáticamente la calidad escolar es muydudosa, y que los beneficios  que, en algunas ocasiones, se han producido «ni son tan automáticos como se desean,ni en realidad responden a la misma intención política de promover la liberalización del sistema educativo» (Rambla,2003,p.87).Las familias no eligen centro en función de su eficacia, sino de los principios fundamentales de la sociedad y de que prevalezca en él un particular clima moral o social (OCDE-CERI, 1994, p. 42), y más que la innovación y la eficacia pedagógica –afirma Duru-Bellat (2004, p. 55)–, lo que atrae a los padres son «los valores de convivencia».

Por otra parte, el análisis de las experiencias anglosajonas realizado en l'Institut de Recherche sur l'Économie de l'Éducation (IREDU) ha invalidado la relación neta entre autonomía y eficacia: «El discurso “liberal” de los años ochenta, estipulando que, liberados de su sujeción burocrática, los actores iban a desplegar una creatividad y una efectividad insospechadas está invalidado» (Meuret, Broccolichi y Duru-Bellat, 2001, p. 164).

También se ha comprobado errónea la suposición de que los centros que no satisfagan las expectativas de los consumidores cerrarán sus puertas: siguen abiertos, pero acogen a quienes son rechazados por las escuelas más selectivas (Duru-Bellat, 2004, p. 45). De este modo, se confirma otro dato, que la desectorialización como exigencia para acabar con la «clientela cautiva» está provocando una mayor polarización entre los centros más solicitados y los centros rechazados. En Francia, caso paradigmático en lo referente a esta situación, se observa que «el resultado global de la ampliación de la elección ha consistido en acentuar las diferencias entre collèges4 que se dirigen a distintas poblaciones »: por un lado, los que preparan a una élite para ingresar en los Liceos orientados al éxito intelectual y,por otro,los de los barrios pobres,que se dedican a enseñar a niños con dificultades (OCDE-CERI,1994,p. 158). Sin duda,hay padres que disponen de estrategias para hacer una buena elección, y otros que carecen de ellas.

Lo anterior no es más que un argumentario contra la libertad de elección como corrosivo para la igualdad. Está suficientemente documentado que favorece el rendimiento de los hijos de las familias acomodadas, bien pertrechadas de los medios –económicos, sociales y culturales– necesarios para poder hacer una buena elección y hacerse elegir por los centros más prestigiosos, propiciando con ello la extensión de un sistema basado en la diferenciación y la exclusión, legítimo, pero que, en opinión de Christian Laval (2004, pp. 243-244) actúa como un «mecanismo suplementario de reproducción de las clases especialmente temible».

La segregación social es una de sus consecuencias mejor estudiadas. La auspician tanto los comportamientos clientelistas de los propios centros, como los individualistas de los padres, aunque ambos están estrechamente relacionadas. Se reconoce que en el mercado educativo no sólo elige el consumidor, sino también el proveedor, el centro solicitado. Pero la lógica de mercado mira los resultados a corto plazo, y, en educación, la dificultad para conseguirlos se mitiga rechazando a los que son incapaces de lograrlos en el menor tiempo posible (alumnos con dificultades) y a quienes pueden disuadir a electores cuyas cualidades potenciales podrían mejorar su imagen. Los centros practican el cream skimming seleccionando a los escolares no sólo por sus aptitudes, sino también por su condición social e, incluso, étnica. En Inglaterra, donde «el dinero sigue al alumno» y la asignación de fondos depende directamente del número de inscritos, «para atraer a las “buenas familias” las escuelas recurren cada vez más a medidas represivas expeditivas contra los alumnos perturbadores, e incluso flojos, cuya exclusión inmediata se decide por motivos que no son de extrema gravedad ». En Francia –de acuedo con la información que proporciona Laval (2004, p. 241)– «se amontonan las pruebas de comportamientos clientelistas y particularistas por parte de centros que rechazan las malas secciones». No es necesario abundar en esto. Los padres potencian este efecto segregador, unas veces porque buscando el bienestar de sus hijos eligen centros en los que encuentren compañeros de su mismo origen social y étnico –un criterio que propicia concentraciones escolares homogéneas en algunas zonas–, pero otras la elección de los padres persigue bien el éxito escolar –y optan por centros selectivos–, bien la homogeneidad social y étnica –e inscriben a sus hijos en centros a los que acuden otros de su misma clase social o de su misma étnia. La «fuga de los blancos» de las escuelas frecuentadas por alumnos turcos, marroquíes y de origen extranjero, es una tendencia observada con frecuencia incluso en países de larga tradición en la elección escolar como Holanda. Pero no sólo en ellos, ya que los autores de un estudio sobre las reformas educativas en Nueva Zelanda, que en la década de los noventa aplicó la máxima libertad de elección, ponen de manifiesto la desigualdad que trajo consigo: «En el nuevo mercado de la educación, las escuelas con alumnos mayoritariamente blancos casi no daban abasto, mientras que la matrícula de las demás disminuía, pues no podían atraer a los profesores mejor calificados ni a los alumnos más motivados. Además,el costo del transporte escolar perjudicó a las minorías» (Fiske y Ladd,2000, p. 34).

La concentración de inmigrantes y de alumnos con necesidades escolares específicas en «centros patera» o en «centros gueto» es, o puede ser, una consecuencia indeseada. Fiske y Ladd (2000, p. 34) consideran que «lo más probable es que la libre elección de los padres acentúe las disparidades en todas partes», porque «en todo medio en que impere la competencia unos tendrán éxito y otros fracasarán. Es la ley del mercado».Y este es uno de los corrosivos más perjudiciales para la integración y la cohesión social.

La libertad de elección escolar no puede descartarse de plano.Aunque las investigaciones no han mostrado una presión masiva de los usuarios para conseguir una mayor capacidad electiva (Meuret, Broccolichi y Duru-Bellat, 2001, pp. 273-274), existe un consenso básico sobre esa libertad, reconocido y amparado al máximo nivel legal. Esto, junto con su capacidad para generar desigualdades, requiere un pacto procedimental y político que respetando la libertad, proteja la igualdad, ya que ésta constituye una exigencia básica de la democracia.

Por eso, a la hora de lograr un pacto sobre la libre elección, debería tomarse como punto de partida el coste que supondría para el bienestar social. Las políticas de elección no deberían favorecer el beneficio privado a costa del colectivo, sino armonizar los derechos de los padres y las obligaciones de la Administración de promover la mejor educación para todos.

Es mejor buscar la eficacia de todas las escuelas y hacerlas aceptables a las familias, que incitarlas a elegir, ya que no sólo es menos costoso, sino que preserva los fines sociales de la educación.

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