jueves, 6 de diciembre de 2012

Oidos sordos

Cada vez es más agotador escuchar a quienes ocupan los lugares preminentes de nuestra sociedad, sean políticos, empresarios u opinadores profesionales. La manipulación burda o sutil, la mentira callada o a gritos, la provocación a la rabia y a la despesperanza... Son elementos que desgraciadamente están demasiado presentes, y que terminan agotando nuestras energías al invitarnos al enfrentamiento directo y a la denuncia cabreada.

Yo ya estoy cansado de esto. Me quema, me consume esta dinámica. Quizás sea el momento de aplicar una técnica que quienes se dicen nuestros representantes manejan con especial arte (no hay mejor ejemplo que el actual conflicto en el ámbito sanitario): la extinción. Se trata de una técnica utilizada en educación y psicología, que consiste básicamente en ignorar al niñ@ o adult@ cuando tiene una rabieta, no intentar reprenderle, distraerle o sobornarle con algún premio a cambio de que se calle. Se le deja que se desfogue sin prestarle atención. Se supone que la total falta de respuesta es lo más efectivo para cortar esos comportamientos.

Tenemos que aprender a manejarnos de esta manera. Dejar de seguirles el juego, dejar de mirarles como si de verdad fueran representantes de alguien, como si de verdad tuvieran algo importante que decirnos. A palabras necias (tantas y tantas), oídos sordos. Así evitaremos engancharnos en las trampas que nos plantean (un buen ejemplo es todo el trabajo de Wert para crear problemas donde no los había, para así abrir nuevos campos de conflicto y que nos distraigamos de las luchas ya emprendidas). Está claro que las decisiones que toman influyen en nuestras vidas, y eso implica que no les podamos ignorar del todo. Pero no nos dejemos descentrar de lo que es fundamental ahora mismo: encontrar maneras de construir nuestra vida en común de manera equitativa y sostenible. Este debe ser nuestro objetivo fundamental, y desde ahí debemos articular nuestras luchas. Ni un minuto más perdido escuchando llamamientos de antiguos presidentes, ni un minuto más haciendo leña del árbol corrupto caído una vez conseguido que rinda cuentas de sus fechorías.

Rescato en este sentido una reflexión interesante de Fernández-Savater aparecida hace ya un tiempo:

"Una amiga me cuenta que “en buceo enseñan una maniobra para cuando uno se ve inmerso en una corriente. El movimiento que salva la vida es contraintuitivo: en vez de recuperar la tendencia en dirección opuesta a la corriente, hay que salir formando un ángulo agudo con su dirección aunque suponga un distanciamiento considerable del barco”. Ese ángulo agudo son todas las acciones que nos permitan seguir llevando la iniciativa y decidiendo los espacios-tiempos del conflicto, las que acogen y cuidan la pluralidad que somos, las que hacen palanca en la imprevisibilidad y la capacidad de sorpresa que rompe las divisiones entre buenos y malos, las que mantienen el contacto empático con “la parte quieta del movimiento”, las que nos alejan de la policía y nos acercan a la gente."

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