miércoles, 10 de julio de 2013

Empleo, cuidados, trabajo... mejor no confundir términos

En Diagonal andan en pleno diálogo sobre el tema del empleo, y van saliendo cosas bastante interesantes, sobre todo al incorporar la cuestión de los cuidados. Acá va una aportación de Sira del Río:




A pesar de que más de seis millones de personas desempleadas es algo como para echarse a temblar, el empeño en considerar que este dato no sólo es el termómetro fundamental de la situación social, sino que el desempleo es nuestro objetivo principal, no hace más que bloquear cualquier iniciativa que pretenda escapar de la lógica del capitalismo heteropatriarcal. De su lógica y de sus garras. 
"los recursos necesarios para vivir no dependen fundamentalmente de un empleo y un salario"
La propuesta feminista de poner la sostenibilidad de la vida en el centro tiene consecuencias inmediatas para intentar salir de este atolladero. La primera es entender que los recursos necesarios para vivir no dependen fundamentalmente de un empleo y un salario, sino que tienen que ver con un enorme entramado de redes familiares, sociales, culturales y políticas. El empleo sólo nos da recursos monetarios para comprar en los mercados –¡otra vez los mercados!– lo que no sólo supone apuntalar un orden de cosas con el que supuestamente queremos acabar, sino que profundiza en la idea de individualización de la resolución de las necesidades: “¡Que cada quién se lo monte como pueda con su salario!”
La segunda es evitar que centrar nuestra mirada en el mercado laboral nos ponga a los pies de los caballos. ¿Qué necesitan los empresarios para crear más empleo? ¿Hasta dónde vamos a entregarles nuestras vidas y vamos a subordinar las necesidades sociales a la acumulación de capital? Desde la economía feminista se lleva ya mucho tiempo insistiendo en el conflicto capital-vida y en cómo esa contradicción estructural entre el proceso de valorización de capital y el proceso de sostenibilidad de la vida pone en riesgo, continuamente, la vida en su conjunto. El conflicto capital-vida no es una mera tensión teórica o abstracta, sino que se encarna en la cotidianeidad, en las vidas concretas que sufren cada día una mayor vulnerabilidad, intensificada desde el estallido financiero.


La pérdida en caída libre de muchos derechos ha dado lugar a un sinfín de movilizaciones ciudadanas, en las que se ha producido un cambio significativo: el abordaje ha empezado a tener un carácter tímidamente multidimensional. Se habla del empleo, pero también de la calidad de la asistencia que se presta a la población. Empieza a aparecer una visión cruzada desde distintos puntos de vista. En el caso de la educación y la sanidad, se ha podido ver la confluencia de una ciudadanía que asumía sus distintos papeles en el conflicto: personal sanitario, profesorado, personas con necesidad de atención sanitaria, madres y padres, alumnado… Papeles que, en muchas ocasiones, se dan de forma combinada. En otros casos, se amplía el foco de atención, de las condiciones laborales y el empleo, al impacto social, como en la consigna “Por un ferrocarril público y social”. Es sólo un pequeño paso, pero puede marcar un nuevo escenario en el que podamos plantear otras estrategias mediante nuevos diálogos y propuestas.
Pensar en las necesidades sociales en su conjunto y la forma de articularlas, reconocer que la interdependencia rige las relaciones humanas tanto a nivel personal como grupal, asumir nuestra responsabilidad individual y colectiva no sólo en el sostenimiento de la vida, sino en cómo organizarnos para hacerlo –sin división sexual del trabajo, ¡claro!–, puede ser un buen comienzo. Eso, sin olvidar la necesidad de un profundo cuestionamiento ético de los valores y de los imaginarios que ponemos, o no, en juego. Porque, cuando hablamos de sostenibilidad de la vida, no estamos hablando de cualquier vida sino de una que merezca ser vivida, de una vida de todxs y para todxs y eso supone tener que hacernos muchas preguntas. Y, desde luego, la necesidad de revolucionar esquemas muy arraigados que tienden a reproducir las condiciones opresivas en las que continúa viviendo una gran parte de la población. De esto habla Martu Langstrumpf en su post Nuestros coños y la precariedad de siempre: “La atención a la salud de las mujeres –sin esencializar el concepto mujer– es precaria, la atención a la salud sexual de las mujeres es más precaria aún, y la atención a la salud sexual de bolleras, desidentificadas, polisexuales, queers, trans, BIciosas... ya ni te cuento... y ya no sólo es precaria si no que precariza nuestros cuerpos y nuestras vidas. ¿Es este modelo de sanidad pública, que nos trata como una mierda cada vez que vamos a una consulta del/la ginecólogo/a, el que estamos defendiendo en la calle con marea pa’aquí marea pa’allá? Desde luego yo no lo quiero”.

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