jueves, 18 de septiembre de 2014

Inmersión conjunta

Nunca me había atraído el mar, la verdad, salvo en la distancia, como imagen de fondo, como horizonte en el que dejar reposar sueños y conversaciones. Desde pequeño la sal y la arena conformaron una extraña pareja que me hacía reticente a dejarme llevar por el oleaje.

Nunca me había atraído hasta que me dejé hacer el lío y me encontré haciendo un curso de buceo. Ahí la cosa cambió. Vaya si cambió. Porque esto dio paso  a la posibilidad de descubrir un nuevo mundo, junto con una nueva manera de moverme en él, con unas claves muy concretas que te impiden (necesidad obliga) olvidarte de ese sueño de individualidad extrema en el que la sociedad nos sumerge.

Bajo el agua, amarrado a una botella que al regalarte aire te abre a un mundo casi infinito de vida, la apuesta por explorar es compartida, como mínimo en pareja. Eso implica prestar atención al compañero/a, establecer una alianza, confiar y comunicar de manera que ninguno quede abandonado a su suerte. Así, de repente, el ritmo y la duración de la expedición debe adecuarse a quien tiene menos facilidad o recursos bajo el agua. Se hace necesario que el fuerte se ponga a la escucha del débil, o más bien que las fortalezas de cada uno se pongan a disposición de las debilidades del compañero/a.

Todas mis inmersiones las he realizado con María, compañera dentro y fuera del agua. Al tener movilidad reducida en las piernas, de primeras eso se presenta como una limitación. Sin embargo, este verano hacíamos memoria de la cantidad de veces y lugares en los que hemos encontrado a personas más expertas que nosotras dispuestas a investigar a nuestro lado y encontrar la mejor manera posible de hacer y moverse. Aunque, como siempre, también ha habido excepciones.

En el primer lugar en el que preguntamos sobre la posibilidad de hacer el curso de buceo, una de las empresas más famosas de este campo, al contarles sobre las condiciones de María la propuesta que nos hicieron fue que compráramos su DVD informativo y viéramos si considerábamos posible o no que ella buceara. Vamos, que soltáramos la pasta primero y que luego les dijéramos. Pero que nos dejaban solas frente a la cuestión. Mal comienzo...

Sin embargo, al segundo intento la cosa fue muy distinta. De hecho allí encontramos a quién más ha marcado nuestra experiencia de buceo, por quién nos hemos sentido más acompañados, maestro de maestros (al menos para nosotros, je, je), el gran Jordi, del Centro de Buceo del Sureste. Su respuesta fue clara: "Venid y buscamos la manera". Sin más.

Y así fue, y así ha sido desde entonces, hace unos años ya. Con él y con otros hemos podido seguir buscando maneras de movernos bajo el agua, aprendiendo pequeños trucos que nos permitieran adaptarnos mejor al medio marino. Tenemos la suerte de poder recordar ahora mismo cómo en cada lugar en el que hemos estado buceando hemos encontrado a alguien que nos ha acompañado de manera fácil, sencilla, sin grandes artificios, compartiendo sin más lo que sabe y poniéndolo a nuestra disposición.

Este verano, cuando volvimos a ponernos, tras un par de años de ausencia, trajes, máscaras y demás equipación, de manera casi automática María y yo nos reencontramos con nuestra historia de buceo juntos, una actividad que nos une de manera especial, de la que hemos aprendido a disfrutar combinando el silencio y la alegría, así como a tomar conciencia de nuestras capacidades y limitaciones. Porque antes he comentado una limitación concreta de María, pero no las mías, como por ejemplo cuando mis nervios iniciales me llevan siempre a consumir el doble de oxígeno que ella, lo que hace que siempre la duración de la inmersión lo ponga yo, que soy el que se queda sin aire antes.

Así somos, así nos encontramos, bajo el agua, enfrentados de manera muy concreta a la necesidad de explorar juntos, apoyándonos en las capacidades de cada uno y acompañando también nuestras limitaciones propias.

Así nos movemos, como peces en el agua. En buena compañía, eso sí.

No hay comentarios: