sábado, 22 de noviembre de 2014

Érase una vez..

Para un día como hoy en el que toca sumar años a la cuenta, nada mejor que volver a detenerse en la infancia de la mano de John Berger en su libro "Un hombre afortunado":

"La irreversibilidad del tiempo es algo de lo que los niños pequeños son plenamente conscientes, aunque el concepto no signifique nada para ellos. Viven con esa irreversibilidad. En la infancia no se dan esas repeticiones inevitables. «Lunes, martes, miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926» representa la antítesis de la experiencia infantil. Nada se repite, lo que, por cierto, constituye una de las razones de que los niños pregunten insistentemente si ciertas cosas van a volver a pasar.

«¿Y mañana me levantaré y desayunaré?» Poco a poco, pasados los seis años, son capaces de responder por sí mismos a esas preguntas y empiezan a esperar que se repitan los ciclos de acontecimientos y a depender de ellos; pero aun entonces, su unidad de medida del tiempo es tan pequeña —su impaciencia, si se prefiere llamarla así, es tan grande— que lo previsto para el futuro inmediato les parece todavía demasiado lejano para cualificar el presente en un grado significativo: su atención sigue centrada en ese presente en el cual están apareciendo constantemente cosas nuevas y constantemente desapareciendo para siempre.


Una de las fantasías más generalizadas entre los adultos es creer que hay segundas oportunidades. Los niños, a no ser que los adultos los convenzan o los sobornen, saben que no existen. La forma en la que necesariamente se entregan a la experiencia imposibilita que puedan considerar esa idea. En los adultos, la creencia en las segundas oportunidades constituye una doblebarrera contra la experiencia. Conforme a ella, no sólo todo el mundo cuenta con innumerables segundas oportunidades, sino que además se diluye, cuando no se destruye, el carácter único de cada acontecimiento. De modo que según pasa el tiempo, o más bien deja de pasar, empezamos a pensar, no sin cierta vacilación, que conocemos el mundo y, basándonos en acontecimientos pasados, nos atrevemos a proponer que el mundo nos debe algo. Los niños no necesitan este tipo de protección.


No la necesitan porque sus propias oportunidades parecen extenderse más allá de lo que son capaces de imaginar. Su tiempo es infinito. Los niños experimentan constantemente un sentimiento de pérdida: éste, como señala Sartre, es el requisito previo para el sentimiento de aventura. Toda separación, por trivial que sea, el final de un juego o de un acontecimiento, representa una pérdida definitiva que ninguna repetición puede reparar. A veces necesitan protestar, y entonces lloran en la esperanza de que se pueda retrasar el momento de la pérdida o lamentando de verdad la desaparición. Y digo que lo lamentan «de verdad» porque la cosa perdida o desaparecida no deja de ser el centro de su atención, al contrario de lo que suele suceder entre los adultos, cuya atención se centra entonces en el estado de privación que imaginan en el futuro. En los niños, el siguiente acontecimiento o interés limita el sentimiento de pérdida. Los niños pequeños tienen un apetito casi insaciable de «lo que viene a continuación», lo necesitan porque lo siguiente, lo que viene a continuación, ocupará el lugar de lo que ha desaparecido irreversiblemente.


Hay otra razón más por la que los niños se recuperan tan rápidamente de una pérdida definitiva. En el mundo infantil no sucede nada fortuito. No existen los accidentes. Todo está conectado con todo lo demás y todo explica todo lo demás. (La estructura del mundo infantil es semejante a la de la magia.) Así, para el niño, una pérdida nunca carece de sentido, nunca es absurda ni, sobre todo, innecesaria. Para el niño, todo lo que sucede es una necesidad."

No hay comentarios: